“PREGON DE LAS FIESTAS DE SAN JUAN PRONUNCIADO EN EL TEATRO CAPITAL DE MIERES, JUNIO 1974. Por Eduardo Hevia Vázquez”

PREGON DE LAS FIESTAS DE SAN JUAN PRONUNCIADO EN EL TEATRO CAPITAL DE MIERES, JUNIO 1974. Por Eduardo Hevia Vázquez, Miembro Patrono de la AACC.

El pregonero viene humildemente a su pueblo natal y quiere presentarse ante vosotros y explicaros el por

qué de su presencia.

No es un gran escritor, ni un gran poeta, ni tampoco un político destacado, ni un profesional de renombre ni un poderoso ejecutivo de la industria o el comercio. Es tan sólo, y eso le parece a él mucho, un mierense profunda y sinceramente enamorado de su ciudad, que jamás ha renunciado a su ciudadanía y que siempre ha estado y estará al servicio de Mieres y por tanto al servicio de Asturias y de España. Y es justamente por ello, por lo que algunos queridos amigos me han llamado para que viniera a ser el Pregonero de las Fiestas de San Juan del año 1974, lo que -con toda sinceridad os lo digo- me ha llenado de alegría y de orgullo.

De alegría, porque para mí volver a Mieres es encontrarme a mi mismo, en el entorno inolvidable que me ha formado y conformado. Mirad: yo no he querido nunca discutir sobre si Mieres es bonito o es feo, si son más hermosos los pueblos en los que no luce demasiado el sol y el aire es muy puro y limpio o aquellos otros a los que el mar les canta su canción inagotable; para mí Mieres es la tierra en que nací y solo por eso es la tierra que amo y que bendigo, porque el hombre que no se vincula a su pueblo, ése no será capaz de vincularse a nada serio ni comprometido en la vida.

De orgullo, porque algo habré dejado de bueno entre vosotros, para que el paso del tiempo no os haya hecho olvidar a mi humilde persona y tengáis la confianza y la benevolencia -que todo hay que decirlo- de creer que puedo de alguna forma contribuir a las Fiestas de San Juan y me pidáis que sea yo -precisamente- el que abra los corazones a la esperanza y a la ilusión de las fiestas.

Es curioso ahora pensar, mejor recordar, otros años más jóvenes en los que mi alma se lanzaba alborozada al encuentro de los días sanjuaninos. Entonces no había salidas al campo con el coche, ni fines de semana, ni viajes, ni excursiones fuera de Mieres.

Los días de San Juan eran el compromiso solidario y compartido de todos los mierenses que esperábamos ilusionados a quienes nos visitaban y poníamos incluso aquellos carteles inolvidables “Mieres a los forasteros”. Porque mucho antes de que en algunas ciudades españolas -la publicidad- esa plaga de nuestros días contra la que os prevengo siquiera sea de pasada, lanzase el slogan: “Ciudad de tal, la ciudad en la que nadie se siente forastero” o algo parecido, aquí en Mieres esto no era un slogan, era una pura y concreta realidad. ¿Quién se sentía en Mieres un extraño y quién se siente ahora?

Esta ha sido y es la ciudad de la hospitalidad, a condición de que quien venga a ella no se las dé de listo, que entonces no hay nada que hacer. ¡Y si no que se lo digan a aquellos que llamábamos “bombines” y que en un artículo publicado en nuestro inolvidable semanario “Comarca” me permití retratar yo!

Y sin embargo, creo que fuimos ya adelantados en la publicidad, cuando recuerdo los camiones de un conocido frutero con aquellos letreros que decían “Comed más frutas”.

Como fuimos los pioneros del desarrollo español. ¡Que nos vengan a decir a nosotros lo que es la polución y el enrarecimiento del medio ambiente!; cuando nuestros ríos bajaban negros, y negros nos poníamos los chavales al bañarnos en ellos ante la decepción de nuestras madres que veían almohadas y sábanas ennegrecidas.

Sí, nuestros ríos bajaban negros cuando la mayoría de nuestros valles asturianos eran paraísos de belleza y tranquilidad y solo turbaba su silencio la esquila de los ganados, la recia voz de la llamada o la penetrante melodía de la canción asturiana que algún mozo lanzaba al espacio junto con su melancolía.

Respirábamos una atmósfera poco limpia, porque el humo de las chimeneas de nuestras fábricas enmarcaba la villa con el trazo característico de los focos industriales, anticipándonos así a lo que hoy son la mayoría de las ciudades, abrasadas por los gases de los automóviles y los humos de las calefacciones.

El nivel de vida de la ciudad estaba marcado por el bienestar y la alegría que produce el que la mayoría, por no decir todos sus ciudadanos, disponían del dinero suficiente para poder disfrutar del ocio que merecían fuera de sus lugares de trabajo.

Por eso supimos de las migraciones bastante antes de que tantos españoles hayan tenido que padecer esa rabia honda y amarga de buscar trabajo fuera de su patria, con la diferencia de que aquí recibíamos a la gente con buen talante y tan solo la IRONÍA -esa tremenda arma de la gente de Mieres- era empleada contra ellos, como se emplea contra cualquiera. Y quisiera yo pediros ahora para mí un poco de paciencia y comprensión, porque tengo más miedo de vuestro humor que de vuestra ira. No os olvidéis que antes se solía decir “Soy de Mieres de toda la vida”; Por eso me aseguraba José Luis Arribas, cuando solicitaba mi presencia como pregonero y yo argumentaba que no tenía preparado nada: “pero si nun tienes ná que preparar, lo que tienes ye que venir y ya está”.

Y así fue: aquí estoy y ya está. Pero no quiere el pregonero ahora que se encuentra entre los suyos tan A GUSTO, desaprovechar esta ocasión para lanzar no sólo el pregón de las fiestas sino el pregón de la esperanza.

Para las fiestas, lo primero que nos ha de preocupar es encontrar cuáles debieran ser el tono, el contenido y el significado de las mismas a la altura del tiempo en que vivimos.

¿Qué han de ser para los pueblos las fiestas en un mundo con prisas y con egoísmo, que apenas deja tiempo para el pensamiento y la meditación reposada?

¿Qué contenido han de tener?

Pienso que las fiestas deben ser un alto en el camino y deben ser también plenas, totales, absolutas. Unos días en que incluso los horarios laborales se reduzcan o se eliminen para que podamos dedicarnos a algo tan grande y tan hermoso como es la convivencia en la amistad.

Descanso para los cuerpos y para el alma, volver a encontrar el regusto de la conversación sosegada, de la tertulia amena y evocadora. Tomar con el vecino un vaso de vino, o una botella de sidra, sin más preocupaciones en el alma que la de ser agradables y quizá la de “no enfilarse”.

Y permanecer. Aquí, quietos, clavados en la tierra negra y dura del carbón y la mina, en nuestro solar ancestral. Las fiestas son para vivirlas y no para aprovechar esos días para salir al campo o a la montaña. Por el contrario, que sean el campo y la montaña los que vengan a nosotros junto con las gentes que componen la comarca.

Que bajen los de La Rebollada y el Padrún, los de Vegadotos y Murias, los de Santullano, Figaredo y Turón. Que vengan los de la Pola y los de Ujo, los de Cenera y Valdecuna, los de Siana y Paxio; los de Ablaña y La Pereda, las gentes todas que viven vigilantes y enamoradas de su Ciudad en las montañas que la rodean o en los valles próximos, cansados de producir riqueza para España.

El Pregonero lanza su pregón emocionado a todos sus habitantes. San Juan os espera. Que no falten los coros y los cantos, los bailes y las danzas. No os perdáis las sonrisas de nuestras mujeres, ni la ancha hospitalidad de los mierenses, ni el bullicio alborozado de nuestras calles. Ni siquiera el “orbayu” que a buen seguro hará acto de presencia, aunque las verbenas sigan por la fuerza incomparable de la juventud ilusionada.

Y que al final de cada verbena, se oiga siempre esa joya folklórica de la canción asturiana: la danza prima. Yo estoy seguro que cuando uno se acuesta después de haber cantado y danzado ese entrañable e inigualable canto, el corazón está limpio y puro como los ríos salmoneros de nuestra Asturias lo estaban antes de la contaminación.

Este ha de ser el significado de las fiestas, conocerse más, vincularse a la ciudad y a sus cosas, descansar del ajetreo de la vida diaria, recordar y vivir las tradiciones y las costumbres, que son el alma de los pueblos, porque los pueblos sin tradición son también pueblos sin historia.

¿Y el contenido? Sobre esto me remito al programa de Fiestas, aunque quisiera volver a recordar lo que machaconamente he repetido muchas veces por escrito.

Hoy, la reducción de las distancias por el automóvil y la mejora de las comunicaciones, la aparición de la televisión como instrumento de uso popular -casi general- hacen posible que gran parte de los españoles vean lo que desean, asistan a espectáculos de todas clases, al teatro, etc.

Por eso los programas de fiestas han de buscar con imaginación aquello que el ciudadano no puede encontrar habitualmente cada día. En este sentido todo lo que contribuya a dar contenido, alegría y tipismo a las Fiestas es bueno. Es bueno -por tanto- realzar lo regional, lo que nos caracteriza y tipifica: nuestras costumbres y tradiciones, nuestro acervo folklórico, en definitiva, nuestra peculiar manera de ser asturianos.

Este ha sido el Pregón de las Fiestas. Termino lanzando a los vientos mi pregón de esperanza. Esperanza en un futuro más próspero y más despejado, con una perspectiva más nítida que la que ahora nos es dable vislumbrar.

El pregonero ahora quiere despojarse de todo ropaje lírico e ir por derecho a comentar con vosotros cuál puede ser el porvenir de la ciudad. Pienso que las circunstancias por las que atraviesan Mieres y su Comarca, exigen de nosotros aprovechar todas las oportunidades para hacernos un planteamiento, lo más serio y objetivo posible, de cuáles son los problemas más acuciantes que tenemos planteados y en qué medida es factible encontrar para ellos las soluciones correctas.

En mi opinión el problema por excelencia es la falta de una estructura industrial diversificada. De sobra lo sabéis vosotros, habituados a ser pueblo industrial, y no solo centro minero.

¿Es que podemos aceptar que Mieres viva al compás de las oscilaciones de la coyuntura del carbón? ¿Es que vamos a dejar que se nos identifique solamente con una energía llamada a su extinción, por largo que sea el plazo en que ésta se nos fíe?

Claro que no. En esta postura me consta que están vuestras autoridades y en esta línea estoy seguro de que el Estado tendrá que ayudarnos, sobre todo ahora que tenemos a un asturiano, Antonio Linares, como Vicepresidente del INI.

Pero también Mieres cuenta con realidades enormemente positivas. En este orden de cosas, señalaré tres factores fundamentales en base a los cuales me permito vaticinar el futuro “redesarrollo” de la Comarca, si me permitís la expresión. Tales factores son:

–    La posesión de una excelente infraestructura (esto es, comunicaciones, servicios de luz, agua, etc.)

–    Una abundante reserva de suelo industrial, cuando consigamos que reviertan a Mieres los terrenos de Uninsa y otros en parecidas circunstancias.

–    Una mano de obra, unos especialistas y técnicos entrenados y habituados a trabajar en la industria, lo que llamaría el “hábito industrial”, la formación profesional si queréis. Lo que no se encuentra en las tierras de Castilla, o de Extremadura y Andalucía y en tantas otras regiones, no por eso menos queridas ni menos nuestras, de la ancha piel de toro de la península y sus islas.

Decidme ahora, queridos amigos y paisanos, ¿no hemos de ser forzosamente optimistas con estos triunfos en la mano?

¿Era exagerado llamar a esta última parte de mi pregón, el pregón de la esperanza?

A buen seguro que no. Por ello, que esa esperanza verde, como el verde intenso de nuestros valles y montañas os llene el corazón de confianza en el destino de Mieres.

Dios quiso que este amado pueblo nuestro estuviera siempre en vanguardia de las ciudades de España. Lo de ahora no es el fin. Es la pausa que necesita el caminante que como decía el poeta “hace camino al andar”. Y si Mieres es del Camino es porque siempre fue encrucijada y paso obligado, ruta a seguir por aquellos que querían ir a algún sitio. Nosotros, vosotros y yo, queremos llegar a lo más alto y en este empeño, el pregonero, emocionadamente os lo confieso, hace votos por el porvenir de su ciudad y de sus gentes, en la seguridad de que nos espera una ciudad más próspera, más brillante, aunque no más hermosa, porque para todos nosotros, nuestra ciudad, como la Virgen de Covadonga, “ye pequeñina y galana” y lo pequeño y la galanura son para los asturianos, las líneas que enmarcan la belleza. Por eso el enamorado le cantó a la amada la belleza de sus güellinos, de les orellines, de les manines a lo largo de nuestra poesía popular.

Y termino, ahora de verdad. Que cuando salgáis a la calle, vayáis con el talante alegre y el corazón rebosante de alegría y entusiasmo. Y que San Juan, allá en lo alto, pida al buen Dios por esta tierra incomparable y por las gentes que la habitan.

Así lo desea, de corazón, este ilustre Pregonero que tiene ya la voz cansada, más por la emoción que por el esfuerzo.

¡¡Arriba los corazones y hasta siempre!!

 

 

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