TEXTO DE MIGUEL ANGEL PERIS PARA EL LIBRO “VERDE Y AZUL. TESTIMONIOS Y VIVENCIAS DEL CONCEJO DE COLUNGA”

Dedicatoria:

Para los habitantes de Colunga. Aquellos que están acostumbrados a la quietud y el silencio y que, cuando vamos, nos acogen siempre con una sonrisa.

En Colunga, para sus gentes, las que viven de forma permanente y las que todos los años pasan allí los veranos y otros períodos de vacaciones, carezco de una referencia propia. No soy yo mismo. Soy en función de otros. Esta falta de ser, esta ausencia de una personalidad auténticamente propia para toda una colectividad, podría en una visión aparente y rápida resultarme molesta. Pero curiosamente no solo es así, no solo lo acepto, como uno acepta muchas de las realidades de la vida, sino que he llegado a disfrutar esta particularidad.

Tengo la suerte de llevar 24 años “de matrimonio” con Colunga. Antes nunca había estado allí, ni tan siquiera conocía Asturias. Me la descubrió, como tantas otras cosas, mi querido amigo y cuñado Jorge Hevia. Una Semana Santa de hace ya muchos años.

Desde el primer día recibí el bautismo de mi primera condición como colungués: “el amigo de Jorge”. Luego con el devenir de los años y de los acontecimientos he ido cambiando: el novio de María, el marido de María, el yerno de Neli y Eduardo (Jorge pasó ya a un segundo plano y no recuerdo haber sido conocido nunca como “el cuñado de Jorge”).

Ahora corro el peligro de convertirme en el hermano de mi hermana o el hijo de mis padres. Porque mi propia familia sanguínea, y también del alma, ha acudido al irresistible encanto de este paraíso. También desde hace ya algún tiempo empiezo a ser el padre de María, de Miguel, de Carmen, Ricardo y Jorge, mis cinco preciosos hijos.

En estos momentos todo este crisol de apariencias convive armoniosamente. Según el interlocutor soy uno u otro. Espero algún día lejano añadir algún otro perfil, sin perder los que ya tengo, concretamente el de abuelo de mis nietos.

Si me pongo a pensar, nadie en Colunga, ni los que son ni los que vienen, tiene un especial interés en saber quien soy con mayor amplitud, cúal es o fue mi bagaje, a qué me dedico, si mi estado financiero es sano, o sanísimo, o enfermo o muerto, qué aficiones tengo, si soy un ilustrado en algo, en todo o en nada.

Y sin embargo, a pesar de no tener ocasión de presumir o de ocultar, de cultivar la vanidad o la modestia, fui acogido desde el primer día, porque nuestra gente (yo ya formo parte de ella) adopta, sin preguntas, a aquellos que son queridos y presentados con visos de permanencia por alguien ya enraizado en el ser de Colunga y de los que aquí vivimos, de una u otra forma. Y sigo pues de incógnito, dueño de mi mismo, una referencia en el tiempo y en el espacio, feliz en Colunga.

A la realidad de ser yo por otros uno también otro sentimiento que quisiera resaltar. Es el de sentirme asturiano, sin serlo y sin que absolutamente nadie de Colunga me lo reconozca o pueda ni tan siquiera suponerlo. No he nacido allí, no tengo ni gota de sangre asturiana, no hablo la lengua ni tengo el acento propio de la región y me parecería ridículo y no solo a mí, sino a todos, ponerme a imitarlo a estas alturas. Por no saber ni he aprendido a escanciar la sidra. Pero cuando respiro el aire de esta tierra, la alcanzo y me empapo de ella, siento que es mía, que está ya desde hace mucho tiempo en mi sangre. Cuando estoy lejos la añoro, la defiendo y presumo de todo lo que es y tiene. Me entusiasmo con su recuerdo y su presencia constante, como un perfume, como un rumor, que conservo desde la distancia.

Colunga, donde, como he explicado, soy tan solo una referencia, me ayuda a encontrarme a mi mismo. Suelo pasear cada mañana, muchas veces solo, cerca del mar, del cielo, de la tierra verde. Los acantilados y las montañas también cerca. La misma ruta casi a diario, pero siempre diferente. Mi ánimo y mi pensamiento cambian, como el paisaje, que es el mismo, pero jamás se repite. En Colunga nada es igual dos veces.

También los baños en el mar, que es otra de las cosas que me gusta hacer, son siempre distintos. No sabría decir cual es mejor. El de esa mañana azul, de calor, tan rara en estas tierras, con el agua fría. El de la caída de la tarde, con las olas que te cubren y te ayudan a elevar el espíritu. El del día lluvioso, que siempre permite un instante único, de luz, en la playa solitaria, en el agua que parece abrigarte y te proporciona ese placer único, de loco, que nadie puede comprender. El del mar tranquilo que te abraza y te invita a nadar o el agitado, que quiere que juegues con sus olas y su espuma.

Colunga me ayudó a acercar al alma a mi familia política, que siento parte de mi ser. Otra característica peculiar pues que se produce en Colunga. Aquí no soy yo mismo, soy asturiano sin serlo y formo parte de la familia Hevia Sierra, pero no llevo esos apellidos y difícilmente nadie, fuera del círculo familiar, me reconocerá esa pertenencia íntima, de sangre, a esta mi familia. Se limitarán a otorgarme ese carácter de “político” al que oficialmente estoy adscrito. Pero eso tampoco me importa en lo más mínimo.

Colunga ha sido y es testigo de mi vida. De mi noviazgo, mi matrimonio y mis hijos. Mi mujer adquiere una dimensión especial en Colunga. Irradia una luz diferente, serena, triunfante. Una nueva sonrisa, una alegría más melancólica de la que tiene en nuestra vida de Madrid. Es la misma pero con un toque distinto en su personalidad. Eso me permite enamorarme todos los años dos veces: una cuando descubro esa nueva María cerca del mar, en Colunga. Y otra cuando regresa, tras sus largos veranos, a nuestro Madrid, al que también queremos y llevamos en el alma.

También debo mencionar la pequeña vida social de Colunga. Los habitantes del pueblo, que te saludan y acogen al llegar y a los que me une un cierto vínculo, que no requiere cuidados muy especiales o grandes gestos. Basta con la simple presencia, transmitir la sensación de sentirte en casa, para que las buenas gentes del pueblo lo perciban y lo aprecien.

Colunga, como Asturias, como creo todo el Norte, es tierra de adopción y no de paso. No fue creada por Dios para el turismo clásico y mucho menos para los clásicos turistas. Resultan, lamento decirlo, como esas orquestas aficionadas que convierten la mejor música en algo molesto e inaguantable. Colunga es para empaparse de ella, sin hacer nada especial, simplemente la vida cotidiana. Los paseos, la playa, la lectura, una buena comida, la charla con los amigos, el juego de cartas. Colunga te envuelve y da a todos esos actos, que no tiene en sí gran importancia, un encanto especial, un color añejo, que luego convierte el recuerdo en nostalgia.

Por eso el turista, que siempre es compulsivo, que busca “algo especial”, externo, que justifique el viaje, no encaja aquí. Digo esto, pero ahora han inaugurado “El Museo Jurásico” que da a las masas veraneantes y trashumantes la coartada perfecta para inundar estas tierras.

Espero que no sea así. Colunga ha de conservar lo que la hace tan especial: su quietud, el paisaje, las sensaciones… Por ejemplo, quiero comentar esa que siento cuando amaneces, sales a la calle, está el día oscuro, la lluvia todo lo invade y parece que es imposible que deje nunca de llover. Ese sentimiento lo tengo muchas veces aquí: a veces cuando llueve parece que lloverá eternamente y nada ni nadie podrá evitarlo. Pero luego, no se sabe cuando, si en un rato breve o después de varios días, todo cambia y vuelve el sol, aunque luego vuelva la lluvia. O la sensación contraria, ese día azul con el Sueve presidiéndolo todo, nítido en el horizonte. Parece imposible que llueva, pero, la Madre Naturaleza necesita muy poco tiempo en Colunga para cambiarlo todo en un instante y ese día que parecía seguro, se convierte en frío y lluvioso. Es como la vida misma. Parece a veces que nada puede cambiar, todo permanece y, sin embargo, solo unos instantes consiguen transformar el cielo más gris y oscuro, en otro azul y claro, la sensación de alegría o triunfo, o la contraria, se mece, gira y se transforma, porque en la vida, como en nuestra querida Colunga, los vientos cambian, sopla el norte o el nordeste o el viento sur, que traen las nubes o el sol, el frío o el calor.

Colunga es la tierra de los matices, de los íntimos y pequeños matices. Los que nos acercamos aquí, con ilusión, amor y humildad, tenemos la dicha de apreciarlos, descubrirlos y sentir una sensación plena, de bienestar, de vida. ¿Será esto un sencillo anticipo de lo que nos deparará El Paraíso?

Miguel Ángel Peris de Elúa

Deja un comentario