«EL BANDONEON DEL JOVEN CASIMIRO POLLEDO»

Por Omar Pardo Cortina

 

Era en su juventud Casimiro Polledo, un joven de Colunga que como casi todos los demás no andaba sobrado de recursos, pero de carácter decidido, aventurero y poco conformista, lo que sí que no resultaba ya demasiado habitual.

Como otros tantos, preocupado por su falta de expectativas de futuro, con una formación académica muy precaria y una visión del mundo un tanto limitada, ya que el lugar más lejano de su localidad natal que conocía y poco, era Villaviciosa y ni siquiera de Miércoles, decidió embelesado por las historias que los mayores contaban que aquello de hacer las Américas, debía ser una bicoca, y sin pensárselo demasiado con algunos flacos ahorros y la ayuda de la familia decidió comprar un billete ni más ni menos que a Buenos Aires, animado únicamente por los parientes de su madre que no eran otros que los Caride de la Nozaleda en la Riera, que ya gozaban allí de cierta posición (que posteriormente subiría como la espuma por cierto). Así que ni corto ni perezoso billete de última clase en mano y cuatro cuartos en el bolsillo por toda fortuna encaminóse el decidido chaval hacia el puerto del Musel en Gijón a la búsqueda del primer paquebote con rumbo a su “paraíso”

El chico decidido a comerse el mundo por una pata antes que quedarse en un lugar sin expectativas de futuro, a pesar de la traumática separación familiar, iba con el ánimo por las nubes, pero llegó al puerto de Montevideo donde el buque hizo escala, hundido, desanimado, esquelético y enfermo debido a la nula tolerancia a los mareos que le afectaron durante toda la travesía, nada raro si tenemos en cuenta que toda el agua que había visto había sido la del río Libardón y toda su experiencia con ella se limitaba a algún remojón hasta la rodilla en la ría, o en las finas arenas de la playa de Colunga como mucho.

Pero su valentía e ilusión junto con su vigorosa juventud hizo que los dos días de escala en el puerto uruguayo, le sirvieran de bálsamo y pronto recuperó el ánimo, alentado por ver ya casi en la otra orilla su “paradisíaco” destino.

Y aquí, en este marco –travesía Montevideo-Buenos Aires – el destino hace que nuestro audaz muchacho recobrado casi de sus males, oiga en la cubierta de popa una música que jamás había escuchado y que le embelesa desde el primer momento.

Se trata de un viejo rioplatense tocando ritmos tradicionales con un destartalado bandoneón del que salen unos sonidos atractivos, seductores, mágicos y misteriosos.

Así que quedóse el muchacho boquiabierto delante del músico, y al finalizar éste su repertorio enseguida se las apañó para entablar conversación con él.

Poco necesitó el pícaro bandoneonista para convencer al muchacho de la bicoca de semejante instrumento y de la fortuna que con él podía amasarse, y no fue demasiado difícil pintarle al joven Casimiro un cuadro fantástico donde ya se veía amasando los billetes que le lloverían a los sones del mágico ingenio. Parecióle pues un extraordinario negocio, y dicho y hecho, el pícaro músico supo sacar provecho de la bisoñez del entusiasta joven y consiguió venderle el destartalado artefacto, pero a cambio de todos los ahorros que llevaba en el bolsillo, que por otra parte era el único capital con el que contaba.

Ese fue el primer negocio del joven Polledo, aún sin pisar tierra argentina, lo que da idea de las intenciones del muchacho de no quedarse quieto hasta embarcarse en algún trapicheo rentable.

Luego, pues claro, ocurrió ni más ni menos lo que tenía que ocurrir: el joven “músico” colocóse el instrumento en las rodillas y empezó a pulsar teclas y botones, pero ¡Oh sorpresa! De allí no salían acordes atractivos ni seductores, y mucho menos misteriosos ni mágicos… De allí tan sólo salían ruidos fúnebres, o desafinados, inarmónicos y crujientes acordes que de ninguna manera se podían calificar como “melodías” sino como estrambóticos chasquidos y rechinamientos capaces de espantar al más pintado.

No se dio por vencido nuestro tenaz amigo hasta pasada una semana, tras la cual se dio cuenta de que para manejar aquel artilugio, aparte de tener unas dotes de las que él carecía por completo se necesitaba media vida, y viendo además que en cada esquina había un bandoneonista, más bien pobre y desarrapado que lucido y exitoso.

Así que de esa manera se fue al traste el primer intento industrioso del joven Polledo que además quedó totalmente desasistido pues en él invirtió la totalidad de sus ahorros.

Ese fue su primer fracaso, que no sería ni mucho menos el último, pues al inicial le sucedieron muchos más.

Pero la tenacidad, la valentía y la negación a rendirse, al final dan su fruto y unos años más tarde nos encontramos a nuestro protagonista viviendo en una lujosa mansión en la exclusiva zona del Mar del Plata, llegando con el tiempo a ser Presidente del Banco Español del Río de la Plata y uno de los personajes más adinerados e influyentes de Buenos Aires.

No se olvidó de su solar natal al que favoreció con numerosas donaciones en metálico destinadas a paliar necesidades de todo tipo, siendo además uno de los más importantes mecenas de la Escuela de Comercio de Colunga a la que aportó importantes ingresos, llegando incluso a formar parte de su patronato en la República Argentina, pues bien se daba cuenta, dada su experiencia, que una adecuada formación que él no tuvo la oportunidad de recibir abriría numerosas puertas a sus paisanos que decidiesen cruzar el charco y que de otra manera les serían vetadas.

Solía venir los veranos a Colunga y al famoso veraneo de la “Jet” de San Sebastián, que según sus biógrafos no era de su agrado, pero si del de su mujer, hija de un emigrante de Colunga, Francisco Llames, pero de madre italiana de apellido Massini, sumamente coqueta y vanidosa a la que responsabilizaba de haber construido una casa con muchos tejados, cúpulas, escaleras y desvanes que para nada útil servían, pero a la que no había capricho que no satisficiera. Bien es verdad que en su favor se ha de decir también que era profundamente devota y amiga de los necesitados a los que favoreció todo lo que pudo y dado su “status” pudo mucho.

Esta es una historia de emigrantes una historia apegada a nuestro terruño desde tiempos inmemoriales. La historia de siempre, lamentablemente la mayoría de las veces todo se quedaba en un sueño y nada salía bien. Por fortuna, no es éste el caso, el destino, la suerte y multitud de factores influyen en que los hados se inclinen de una parte o de otra, pero para eso al menos hay que correr el riesgo. No me digan por favor que nuestro protagonista no se arriesgó, porque no me lo creo.

 

En la ciudad de Ceuta el día veinticuatro de septiembre del año dos mil y quince del nacimiento de Nuestro señor. ¡Que EL nos ampare!

Omar Pardo Cortina.

 

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